Viernes 2 de Septiembre de 2005, 10:35

Fantasía de futuro

| El escritor y guionista basavilbasense Jorge Zentner, radicado en Barcelona, visitó la ciudad cuando finalizaba la exploración en el pozo termal y comprobó que la paciente rotación del trépano y el hallazgo del recurso incrementaron extraordinariamente la producción local de ilusiones, sueños y fantasías.


Fantasía de futuro por Jorge Zentner Visité Basavilbaso cuando el trépano perforaba los últimos metros del pozo destinado a extraer aguas termales. Tuve la impresión de que, en su costoso e implacable descenso, el artilugio mecánico instalado junto a la Línea 23 de Colonia Lucienville no actuaba sólo sobre la materia mineral del suelo. Sentí que abría también (casi literalmente) un profundo “agujero prospectivo” en la vida de los habitantes del lugar. Como si la herramienta dejara aflorar antiguos temores e inseguridades, rencores vecinales, celos, envidias, ambiciones legítimas y espurias, egocéntricos sueños de grandeza, demagogias, conflictos de intereses, sanas y justificadas preocupaciones, aspiraciones políticas, ilusiones bien fundadas o no tanto, y otros muchos elementos del “magma” que las personas solemos mantener (por lo general petrificado) en nuestros oscuros e íntimos subsuelos. “El trépano, pensé, remueve la tierra y se confronta a la roca, pero hace mella en las personas.” Opiniones Estuve pocos días en Basavilbaso. Tiempo suficiente para escuchar, respecto de las futuras termas, especulaciones y comentarios de muy diversos tipo y tono. Recibí manifestaciones de esperanza desbordada, enervado escepticismo, ferviente adhesión, severa crítica y (por último, cuando al fin la ansiada por unos, temida por otros pero para todos cálida agua salada afloró a la superficie) de franca alegría o desconsolado fatalismo con que los habitantes del pueblo fueron acompañando los trabajos exploratorios. Para algunos, el emprendimiento significa puestos de trabajo, valorización inmobiliaria, comercio, flujo de capitales, prosperidad, riqueza, una ocasión histórica de desarrollo material y social. Según otros, es sinónimo de riesgo letal para el ecosistema de la zona (que se viene a sumar a las ya letales fumigaciones de la soja); oportunidad de especulación económica para unos pocos; acumulación de poder en manos de tres o cuatro políticos e inversionistas (que en algunos casos no necesitarían caminar juntos, agarraditos de la mano, puesto que calzarían el mismo par de zapatos). Fantasías de futuro En esta visita a mi pueblo natal comprobé, también, que la paciente rotación del trépano y la inminencia del hallazgo incrementaban extraordinariamente la producción local de ilusiones, sueños y fantasías de futuro. En algunas personas esa ilusión (ese porvenir imaginado, soñado, fantaseado o sencillamente deseado con pasión) dibujaba un Basavilbaso superpoblado de turistas porteños que, mientras las aguas termales les ablandan los callos, se abanican con tarjetas de crédito. Tal futuro estaba lleno de luz y felicidad, iluminado por los deslumbrantes resplandores del oro. Lo que aparecía en el imaginario de otros interlocutores (más críticos, desconfiados o escépticos) era en cambio un Basavilbaso apocalíptico, sombrío, de pesadilla, corroído por la acción combinada de los políticos, los especuladores y la sal del agua. En el fondo, también estos detractores deseaban las termas y la prosperidad; pero sufrían de alergia a las ambiciones desmedidas que duermen en el alma humana y que -según dijeron- este proyecto ha despertado en algunos miembros del vecindario. Mi fantasía Confieso que también yo -pese a la brevedad de mi paso- fui profundamente afectado por la situación. Deliciosamente drogado por la para mí inhabitual pureza del aire que se respira en el campo, excitado por la previsible aparición del agua… mi espíritu experimentó algo así como un sueño o fantasía. Un “trance”. Ese estado alterado de conciencia, esa visión -fugaz pero exhaustiva- resumía en pocos segundos la historia de Basavilbaso, y le atribuía un futuro. Al principio sólo vi la Tierra, el campo vacío, con sus cuchillas, pastizales, olores y tormentas. Después vi, sucesivamente, unos ranchos, gente a caballo, ingenieros decidiendo el trazado de las vías ferroviarias, las vías ya tendidas en sus terraplenes, una estación, trenes. De uno de esos trenes -recién llegado seguramente desde el puerto de Concepción del Uruguay- vi bajar a mis tatarabuelos, a mis bisabuelos y a otros muchos inmigrantes. Eran hombres y mujeres cansados, que cargaban niños, baúles y toneladas de esperanza. Algunos miraban al cielo. Otros se arrodillaban y besaban la tierra. En la escena siguiente ya estaban plantando papas, cavando un pozo para el excusado, lidiando con los bueyes y el aradito mancera, enterrando un pariente. Luego vi a varios niños de pantalones cortos -¡uno de ellos era mi papá!-, camino de la escuela Matías Zapiola. Vi -trabajando, jugando al fútbol, bailando- a muchísima gente conocida y ya muerta. Me vi a mí mismo, allí, en Basavilbaso, aprendiendo a contar, a besar, y a partir. El trance (o como se llame) fue breve, interminable, imposible de medir en el tiempo. Fue un fogonazo por el que pasaron más de cien años de una población que todo - trigo, lino, cebada, arroz, soja... carne, leche, miel, huevos, aguas termales...- se lo debe a la Tierra. Era la historia, en fin, de un pueblo que nació, vivió y aspira a seguir viviendo de la infinita generosidad de esta Tierra prodigiosa que da y da, siempre más, como sólo quien ama de verdad puede hacerlo. Futuro En el capítulo de mi fantasía dedicado al futuro vi, con emoción, que la gente de Basavilbaso aprovechaba esta nueva oportunidad de nutrición, progreso y bienestar que pueden representar las aguas termales, para agradecerle a la Tierra todo lo que, desde siempre, viene recibiendo de ella. No era el mítico renacimiento del ferrocarril, ni la multiplicación de hectáreas dedicadas a la soja, ni la explotación turística de las aguas termales lo que transformaba radicalmente al pueblo: lo que marcaba la diferencia era esta nueva actitud de sincero y humilde agradecimiento a la Tierra. ¿Qué forma tomaba este gesto tanto tiempo postergado? Promotores de las Termas, escépticos, detractores, autoridades y vecinos en general encontraban un punto de orgullo, de encuentro y de esfuerzo común: la declaración de la ciudad de Basavilbaso como “Hija de la Tierra”. No sé si eran exactamente esas las palabras empleadas (aunque sí, estoy seguro, tal era el concepto); pero no importa, porque la declaración era mucho más que un simple eslogan o propuesta retórica. En mi ilusión comprobé que todos, individuos e instituciones, se dedicaban a trabajar realmente, con responsabilidad, para que la vida cotidiana en el pueblo fuera una auténtica e integral práctica de agradecimiento a la Tierra, una constante celebración de sus dones. Puesto que a nadie se le había ocurrido todavía dedicar plenamente una ciudad al cuidado, investigación, protección, embellecimiento, celebración y explotación sostenible de la tierra, la idea había atraído el interés (y los capitales) de particulares, sponsors e instituciones de todo el mundo. Basavilbaso se había convertido en todo lo contrario a una “ciudad museo” o a un “área de servicios al turista”. Era una población viva, ejemplo de desarrollo sostenible, que no se resignaba a perecer como consecuencia del agotamiento sucesivo de uno u otro proceso más o menos productivo, más o menos extractivo. Basavilbaso, en ese futuro, apostaba al futuro: no aceptaba, se resistía con uñas y dientes a ser simplemente una más en la lista de las muchas ciudades y pueblos que explotan aguas termales del subsuelo con el exclusivo aliciente del ocio y la timba (para quienes disponen de la plata que ambas “actividades” requieren). Seguramente por eso se había convertido en una hermosa ciudad parque; o era sede de un “Instituto de la Tierra” dedicado a la investigación, al que acudían científicos y técnicos de diferentes países y especialidades ligadas al estudio de la explotación y conservación de las riquezas que brinda la tierra. Tal era también la razón de que existieran huertos comunales para niños en edad escolar y gente de la tercera edad; y un centro para la rehabilitación de enfermos en contacto con animales y plantas. Había muchas cosas interesantes -económica, educacional, socialmente-, surgidas de un “concurso popular de ideas”. Cosas que en el presente no existen, pero que habían surgido y se habían desarrollado al amparo del nuevo proyecto. Daba gusto pasear por las calles ajardinadas y las plazas. Coincidiendo con las estaciones, se organizaban cuatro “concursos de belleza” de patios y fachadas. Los vecinos, a fuerza de reconocer y agradecer sus dones a la Tierra, habían descubierto que “la belleza hace bien”. Era muy instructivo visitar los terrarios, a los que acudían maestros y alumnos de todas las escuelas del país; también los viveros, el acuario y el jardín botánico. No quisiera ser mal entendido: aquello no era un paraíso, ni una nueva ciudad llamada Utopía. En el Basavilbaso futuro de mi fantasía no habían desaparecido los conflictos ni los problemas propios de cualquier sociedad. Era una comunidad humana en la que florecían los jardines, pero también las rencillas entre vecinos, los celos y las envidias. Había optimistas y pesimistas, gente individualista y gente con espíritu asociativo. Había ignorantes, sabios, chorros, generosos y estafadores. Pero todos, en el reconocimiento unánime de lo mucho que le debían a la Tierra, habían encontrado un saludable marco de desarrollo y de progreso individual y comunitario. Cambalache “Todo es igual… nada es mejor…” Los versos de Discepolín han probado mil veces su felicidad poética, pero esa calidad literaria no aligera la carga de pesimismo que transmiten. Aunque resulte poéticamente más débil, prefiero pensar que nada de lo emprendido por el hombre (la explotación de aguas termales, por ejemplo) es a priori bueno o malo en sí mismo; y que, sin embargo, no por ello… “todo es igual”. No todo es ni da igual (hablemos de explotación de aguas termales, producción masiva de soja o escribir libros) a la hora de considerar los beneficios y los riesgos de cualquier actividad humana. Los criterios existen, y a esta altura del partido no es lícito argumentar o fingir ignorancia. Lo vivido (la “experiencia propia”) y la vasta experiencia ajena (disponible gracias a los medios de comunicación que marcan nuestra época) nos dotan de criterio, nos dan “sabiduría”. El conocimiento que de allí se desprende nutre y fortalece nuestra libertad, y al mismo tiempo carga a nuestros actos de inexcusable responsabilidad. Prospección del terreno, perforación del suelo, hallazgo de aguas calientes y saladas, explotación comercial de esas aguas no son, en sí mismos y a priori, actos positivos o negativos. ¿Serán positivos -o negativos- los futuros resultados económicos, sociales, ambientales del proyecto? Ahora, en el presente, sólo podemos afirmar (con toda la certeza que aportan las experiencias propia y ajena) que el signo de esos resultados dependerá de un único factor: el grado de responsabilidad individual y pública con que actúen todas y cada una de las personas implicadas. Integración ¿Quiénes son las personas implicadas, en el caso de las Termas de Basavilbaso? Los habitantes del pueblo y de la región, sin exclusiones. Los fervientes impulsores del proyecto, los accionistas, los tibios, los escépticos y los detractores. Sólo la integración de esos ánimos, opiniones y actitudes del presente prefigura el rostro de una realidad futura ecuánime, equilibrada, sostenible y de auténtico progreso. Regresé a Barcelona convencido de que lo más constructivo para el naciente proyecto Termas de Basavilbaso es aceptar que tanto sus promotores e impulsores, como sus críticos o detractores -cada uno a su manera y con sus argumentos- manifiestan el mismo deseo de alcanzar un futuro mejor para sí mismos, la comunidad y las generaciones a venir. Ya felizmente comprobada la existencia del agua caliente y salada, resulta prioritario enmarcar su explotación en un discurso -más amplio que el comprensible pero simplista afán de generar riqueza económica- capaz de hacer posible la integración de puntos de vista y la plasmación del deseo compartido. A mí, como he intentado transmitir, la fantasía y la ilusión me han sugerido uno. Jorge Zentner (Basavilbaso, 1953), es escritor y guionista. [email protected]