Martes 11 de Enero de 2005, 21:41

Más allá de la compasión

| A través de los siglos los animales no humanos han sufrido de una explotación y maltratos tan injustos como evitables, consecuencia de una mentalidad que ignora sus intereses al reducirlos a la categoría de objetos de propiedad, llegando incluso hasta aquellos a quienes llamamos nuestros mejores amigos.

La situación actual, lejos de mostrar signos de evolución moral, nos muestra el holocausto diario al que millones de animales no humanos son sometidos. Suele decirse que el Hombre es el ser “más inteligente” de la creación, el único capaz de razonar sus actos, sin embargo, por más avances tecnológicos que logre, reflexiones que ensaye, y ceremonias religiosas que acumule en su conciencia, mientras no cambie su actitud hacia los demás animales, seguirá demostrando la bestialidad de su comportamiento. El derecho a no ser torturado lo merece todo ser capaz de sufrir dolor, y comprobado está que todos los animales experimentan sensaciones dolorosas, incluyendo al homo sapiens. El derecho a vivir en libertad, pudiendo elegir libremente comida, hábitat y compañero sexual, lo merece todo animal capaz de disfrutar de su vida. Tendrá que llegar entonces el día en que otorguemos dichos derechos a todos los animales, siendo irrelevante para ello si tiene capacidades intelectuales, la vellosidad de su piel, nuestras crueles tradiciones o el sabor de su carne asada; para poder afirmar entonces con certeza que disfrutan de una vida digna. Pensemos por ejemplo en un pez perpetuamente encarcelado en una pecera; un pájaro eternamente encerrado en una jaula; un perro atado con una correa y/o mutilado en su rabo y oreja; un caballo obligado a padecer una jineteada o un freno en su boca; un zorro, chinchilla, conejo, etc. encarcelado de por vida en una jaula para terminar torturado por la demanda de una sociedad que considera atractivo que una mujer vista pieles; un pollo forzado a alterar su ritmo biológico con luz artificial y hacinado en un galpón junto a miles de iguales; una vaca despojada precozmente de su ternero, marcada a fuego, inseminada artificialmente y transportada en camiones jaula abarrotados hacia su triste destino final, el matadero; un tigre obligado a saltar por dentro de un aro en llamas o un chimpancé ridiculizado con vestimenta en una mini-bicicleta en un lamentable show circense; un conejo inmovilizado por su cuello para testear en sus ojos el shampoo que utilizamos en nuestra ducha diaria*; un cordero y/o cerdo inducido a aumentar rápidamente de peso hasta su último día, el 24 de diciembre, cruelmente sacrificado para celebrar el nacimiento de Jesucristo; por citar sólo algunos de los infinitos ejemplos, actitudes todas tan crueles como innecesarias. Cuando los animales soportan tanto dolor y sufrimiento por parte de los hombres insensibles, cuando hay tanto maltrato, no deberíamos ser indiferentes, nadie debería permitir, si es que puede impedirlo, tanta agonía y sufrimiento. Para muchos hombres los animales sólo son objetos que se pueden comprar o vender, utilizar o también consumir –como un artículo en un supermercado-. Desde luego no debemos ignorar las relevantes diferencias entre las distintas especies, pero sí asegurar que ninguna de ellas nos autoriza a esclavizar a otros para la mera satisfacción de nuestros intereses. Afirmar que no podemos matar o dañar a un humano pero sí a un animal, nos enrola en un sinsentido impregnado de discriminación especeísta. No es una cuestión de “exagerado sentimentalismo”, considerar los intereses de los demás seres sintientes no requiere de ningún sentimiento especial hacia ellos, no se trata sólo de compasión, es una razón de justicia. A los más oprimidos, los más explotados, los sin voz: los animales, los otros animales. * denominado Test Draize Colaboración: Javier Claret