Lunes 18 de Abril de 2005, 15:57

ABORDO DE EL GRAN CAPITAN

| Esta es la historia de un viaje en tren de Buenos Aires a Posadas, que cruza Zárate-Brazo Largo, los verdes de Entre Ríos y el campo correntino. ¿Cuánto dura? En principio un día, pero los contratiempos son parte de la aventura realizada por diario "La Nación".

Salir en punto y llegar en punto no son causa y consecuencia a bordo de El Gran Capitán. Ya verán por qué. Son las 15.29 de un viernes caluroso. El maquinista de la locomotora 7936 sopla el silbato ronco y suben los que faltan. El tren parte del último andén de la estación Lacroze a la hora señalada en el boleto, 15.30. La gracia de partir en punto es que se crean expectativas. En la Argentina, por lo menos. Ni en Inglaterra ni en Suiza existe esa emoción. Pero aquí los pasajeros miran el reloj y aprueban la puntualidad. Se escucha en los pasillos: "¿Viste que salió en punto?" Sienten en ese instante que tomaron la decisión correcta al elegir el tren. La tripulación, unos 30 jóvenes de remera azul francia, es reservada. Sabe que salió a horario, pero no hace comentarios. El tren tiene un vagón jaula para autos ($ 250 hasta Posadas), un coche dormitorio ($ 97), dos pullman ($ 60), cuatro de primera ($ 47) y cinco de turista ($ 35). Hoy lleva 900 pasajeros. La mayoría a Posadas, el resto viaja a las termas de Federación, a conocer Concordia o a visitar familiares en Paso de los Libres. Afuera, hay menos ciudad y más campo. Pero todavía se ve gente, que no puede resistirse al paso del tren. La pareja que toma mate abajo de la parra lo mira pensativa, los chicos que juegan a la mancha lo saludan como a un gigante inalcanzable. También lo mira un gaucho de boina y facón, con los brazos en la cintura. Todos los perros le ladran. Durante las vacaciones lo usan muchos turistas, el resto del año se mantiene con la gente de campo, que se baja en las estaciones intermedias. Incluso en pueblos fantasma, como Escriña y Pastor Britos, que no figuran en el itinerario, pero el tren para igual. Aplausos y banda militar El Gran Capitán volvió al ruedo hace poco más de un año, después de estar parado durante diez. El primer viaje fue una fiesta. Lo esperaban en cada estación con fuegos artificiales y banda militar. Lo aplaudía el pueblo entero. Hasta los chicos suspendieron las clases. Volvía a pasar el tren, era un gran día. Como hoy, que hay clima de gran día. En cada vagón se siente esa extraña cofradía casi familiar que se da en los trenes de larga distancia. Pasan las horas y uno reconoce las caras, se cruza en el coche comedor, ablanda la mirada desconfiada del principio. A paso de bicicleta El Gran Capitán recorre 1100 kilómetros a paso de bicicleta. Atraviesa Entre Ríos y Corrientes de punta a punta y a 40 km por hora, por el mal estado de las vías. La mayor parte corre paralelo al río Uruguay, que curiosamente nunca se deja ver. A lo lejos, la cúpula de la iglesia de Capilla del Señor. Hay tiempo de una foto, una ventaja de la lentitud. Otras: pensar, leer, escribir y conversar con el arrorró de hierro como pantalla musical. Una más: el encanto de viajar en tren, que supera cualquier inconveniente técnico. Si la puntualidad se puede considerar la primera alegría, el cruce de Zárate Brazo Largo es la segunda. La locomotora toma envión. Va a 80 km por hora para enfrentar la pendiente, con la luz encendida y pitando eufórica. No se despeina sólo porque no tiene pelos. Mientras, cada uno busca su pedazo de ventanilla (es mejor el lado izquierdo) para ver la genial obra de ingeniería. Las vías están a 50 metros de altura, sobre dos puentes que se ven indestructibles y son colgantes. El primero, sobre el Paraná de las Palmas, reduce a la industrial Zárate a un lunar de Liliput. El segundo cruza el Paraná Guazú. Atardece. El aire fresco entra por las ventanillas y se mete dentro de las bocas de los pasajeros, todas abiertas. Del otro lado, Entre Ríos, una mata verde, con perfume a hierba. En el coche comedor, una señora alta y distinguida toma un vaso de vino que tiembla con el movimiento cada vez que lo apoya en la mesada. La mujer, con un colgante turquesa en el pecho, mira por una ventanilla y uno trata de adivinar sus sueños. Parada en la puerta del pullman, una empleada de limpieza también mira el horizonte verde. -Ya te sabés el paisaje de memoria, ¿no? -Uno no se cansa nunca de mirar. El celular de Acuña La tripulación vive más en el tren que en su casa. En general hace tres viajes por uno de descanso. Salvo José Acuña, el jefe del tren, que hace casi todos los viajes. Su equipaje de mano: un handy, un reloj de bolsillo y un celular número 155 4259598, el teléfono del tren, que ahora suena y él lo atiende. -Venimos bien, estamos en horario. Lo llaman de Basavilbaso y le preguntan: "¿Con cuánto atraso?" Cuenta Acuña que a veces la gente no cree en la puntualidad y cuando llama, el tren ya pasó. La noche, en cambio, tarda en pasar. Algunos lo disfrutan, como Hugo González, de 36 años, que ahora pita un cigarrillo light cerca de la puerta del coche 601. El hombre vuelve a Posadas. Es maestro panadero y vino a Buenos Aires a dar un curso de chipá, ese pancito que se masificó con los chipacitos del subte. Y como buen pan (de almidón de mandioca y queso) tiene su ciencia. -Ya vine varias veces. Primero di el curso en una panadería, después me llamaron de la competencia y así me hice una clientela. -¿Siempre viajás en tren? -No, es la primera vez. Bah, en realidad viajé cuando tenía 16 años. Me acuerdo que el tren iba mucho más rápido. Celeste, blanco y soleado Este Gran Capitán, pintado con los colores patrios y un sol de ocho puntas que dice T.E.A., es una remake del verdadero Gran Capitán. Muchos dicen que es una mala copia. T.E.A. quiere decir Trenes Especiales Argentinos y es la empresa privada de capitales nacionales concesionaria de éste y de un tren turístico de vapor en Bariloche. Ahora marcha chacabuco (no con toda su potencia), pero el capitán es un viejo lobo del ferrocarril argentino. Comenzó a circular en la primera década de 1900, con puntualidad inglesa. En esa época no existía el puente de Zárate. El tren llegaba hasta el río Paraná. Ahí, los vagones se cargaban en ferrobarcos que cruzaban hasta Ibicuy, en Entre Ríos, y en la otra orilla se volvía a armar el tren. "Aún sin descontar el tiempo del cruce, tardábamos menos que hoy", recuerda Santiago Carelli, ferrocarrilero desde hace 50 años. Hoy está de vacaciones. Viaja a Posadas con la esposa y los nietos. "De ahí seguimos a las Cataratas", el único lugar de la Argentina adonde llega un tren cerca que todavía no conoce. Le cuesta caminar entre los vagones. Sus piernas están débiles y el traqueteo lo mueve más de lo que él quisiera. Pero no conoce otro medio de transporte. Ni le importa. Su vida son los trenes. Estaba jubilado cuando lo llamaron de T.E.A. para acondicionar vagones viejos. No pudo resistirse. "Es un orgullo que esta máquina camine, pero nos estamos quedando sin elásticos, sin espirales... ¿Sabés lo que nos costó conseguir aros rolantes para los cilindros de freno?". Habla como un médico que sabe que a su paciente le queda poca vida. Tierra de paisanos y tacurús Por la mañana, Corrientes. Caminos rojos, ñandúes y paisanos con sombreros de ala ancha. También, tacurús, esos "hormigueros" de termitas que edifican la tierra. Desayuno, almuerzo y cena: suculento, casero y con buenos precios. Con un comedor así, no hace falta llevarse sándwich, aunque muchos pasajeros lo prefieren. Mauricio, no. Se sienta y pide el plato del día. Se lo traen justo cuando el tren para en La Cruz. -Nosotros queríamos ir a Tucumán. Cuando fuimos a preguntar a Constitución nos dijeron que no iba más. "¿Y hay algún tren de pasajeros que funcione?", le pregunté al que me atendió. Me contestó que sí, que había uno a Misiones. Y saqué los pasajes. Tenemos 10 días, nos da para ir a Cataratas y cruzar a Brasil. -¿Y qué te parece el viaje? -Es barato y está buenísimo. Me la paso caminando; dormí, comí, conocí gente. Ya quedamos en encontrarnos con unos chicos el viernes que viene en Concordia. El campo se ve extenso y desolado. Bueno, también algo empañado. A las ventanillas les falta una buena repasada que sacará la suciedad, pero nunca las abolladuras de los piedrazos. "Los vidrios se cambian, pero a la semana siguiente vuelven a tener marcas", dice una camarera misionera, con resignación. -¿Y con el horario cómo vamos? -Hasta ahora bien, pero mejor no decir nada. Por cábala... Gobernador Virasoro, la última estación de Corrientes. Vuelve a atardecer. Parece que ya falta poco. Una madre le dice a su hijo que no camine más entre entre los vagones, que cuando llegue a Posadas lo va a tener que bañar "de pé a pá". El paisaje es verde claro y las vías pasan por la mitad del Establecimiento Las Marías. Por la ventanilla, plantas de yerba mate, si son arbustos altos y están más separados entre sí, y de té si se ve una alfombra pareja y tupida. En el tren ya no hay clima de gran día. Se percibe una sensación de inquietud, de cuánto falta, de quiero llegar ya. El maestro panadero se está fumando otro light. -¿Aburrido? -No, acostumbrado. Houston... algo anda mal De repente el tren se detiene. Se rumorea que El Gran Capitán está dejando pasar a un carguero. Hay varias caras con un signo de pregunta dibujado desde los ojos hasta los labios. Corren los minutos y la tripulación azul francia va y viene, más apurada que nunca. -¿Pasa algo? -Descarrilamos. La palabra suena grave. A resumen de noticias fatales. Da miedo escucharla. Pero descarrilar en El Gran Capitán tiene atenuantes. Como las vías están en mal estado, cada tanto se abren. Entonces, las ruedas de algunos vagones se salen de su eje. Los pasajeros de esos vagones sienten un golpe seco. Y el tren descarrila, suavemente. Suena el teléfono. Acuña atiende y dice la palabra grave, que tras escucharla tantas veces hasta se le descubre un sonido musical: "descarrilamos". El jefe del tren aclara que necesita un guinche para reencarrilar los vagones rebeldes. A partir de aquí todo pasa rapidísimo y Posadas está cada vez más lejos. Los pasajeros se exilian en los vagones sanos. La gente camina como un rebaño manso, pero está enojada. La máquina arranca y marcha quince minutos hasta Apóstoles. Ahí, los pasajeros se enteran que "pronto" vendrán micros que los llevarán a Posadas, a 60 km. En la estación hay tanto tráfico como en una estación central. La arquitectura es inglesa y la situación, latinoamericanísima. "¿Adónde hay que esperar? ¿Cuándo vienen los ómnibus? ¿Cómo sigue esto?", se pregunta el panadero. Entre la gente pasa la camarera misionera y azul francia. -¿Ahora entendés por qué no hablamos del horario? -¿Por qué? -Podemos salir más en punto que ningún tren, incluso andar en hora, pero llegar en punto es otro viaje. Nota de Carolina Reymúndez, de la redacción del diario LA NACION.